10 noviembre 2009

LA CODICIA

En este mudo tan complejo en que vivimos, nada es igual, los objetos, la naturaleza, los animales según su género y también los seres humanos. Los habemos detonas las razas, colores, creencias y características muy particulares, con nuestros defectos y virtudes, con la diferencia entre los seres irracionales y nosotros, que según somos dominados por las malas pasiones como el odio, rencor, envidia, celos, lascivia y otros males y destructivos pensamientos como la codicia, tenemos la oportunidad de tener un encuentro con Cristo y cambiar nuestra vida mediante el arrepentimiento y el deseo de comenzar una nueva existencia.

El personaje a que nos vamos a referir, era una señora llamada Sarah, que ya había vivido más de medio siglo. Era inquieta, trabajadora, regordeta y de baja estatura. Vivía llena de afanes, pero no sanos, no esperaba la solución de sus problemas mediante el trabajo, sino que sentía en su corazón envidia hacía las personas que poseían las casas que ella ansiaba tener, codiciaba hasta las cuidadas plantas del jardín de un vecino, las hermosas rosas que en el se cultivaban, los adornos, los vestidos de sus amigas y…soñaba con obtener dinero de la forma más fácil posible. En sus soliloquios se decía:-Si me encontrara una cartera repleta de dinero ¡Cuántas cosas haría! –Si algún día al viajar en un tren o en autobús a alguien se le quedara un maletín lleno de dólares ¡Qué maravilla! Si pasara un avión y a un millonario excéntrico le diera por arrojar billetes de a 100 dólares y yo cogiera mucho, mucho ¡Qué alegría!

A veces hacía partícipe a su esposo Juan de estos sueños y él se reía y decía:- Deja de soñar despierta y piensa que la mejor riqueza es la que hacemos con el sudor de nuestra frente y el trabajo de nuestras manos. Alo que ella respondía displicente:

-¿E3sa es la riqueza que vas a tener? Hace años que tienes ese cochinito alcancía donde depositas tus ahorros y no veo que se llena y seguimos en la misma pobreza.

-Pero mujer ¿Por qué eres tan inconforme? ¿No tenemos lo necesario para vivir cada día? ¿Cuándo aprenderás a darle gracias a Dios por lo que tienes y lo que no tienes?

-¡A qué te refieres? Acotó ella. No veo que tengas tantas cosas.

-Por que eres una malagradecida ¿Acaso no vivimos con lo que trabajamos? Tenemos este pequeño pedazo de tierra, dos vacas con sus terneros, otros animales, sembrados, esta casa pequeña, pero es un techo que muchos quisieran tener, además, no tienes las desgracias de otros ¿Verdad? – Enfermedades, malos hijos, un esposo alcohólico que te maltrata… ¿Por qué te quejas tanto?

-Porque no soy una conformista como tú. ¡Deja, deja, no me vas a convencer! Yo aspiro a algo más y a lo mejor algún día lo consigo, tal vez…

Aconteció que una noche tempestuosa, los relámpagos surcaban el cielo y la lluvia y el viento golpeaban las paredes, puertas y ventanas y las tejas del techo de zinc amenazaban con desprenderse. Sarah que le tenía mucho miedo a la tormenta, permanecía acurrucada en un sillón, mientras Juan leía una vieja Biblia y de vez en cuando se apartaba de la lectura al escuchar el rugir del viento y la noche se iluminaba con el repentino fulgor de los relámpagos y los truenos que hacían estremecerse a Sarah de terror

Se escuchó el golpear con insistencia la puerta principal. Juan se paró de la silla presuroso a ver quién era a esas horas y con una noche como esa. Resultó ser un hombre desconocido, alto, corpulento, con espesa barba y espejuelos oscuros, sombrero, que apenas dejaba ver la frente. Venía tapándose con un saco, aunque ya estaba totalmente mojado por el copioso aguacero

Juan sin vacilación lo invitó a pasar y le ofreció un asiento, mientras le decía a su esposa que le preparara algo de comer caliente.

El inesperado forastero agradeció las atenciones, mientras se secaba con una toalla ofrecida por Sarah. Juan le brindó una camisa y puso a secar la que llevaba puesta..

La lluvia continuaba y el pueblo más cercano estaba a varios kilómetros de distancia, por lo que además de darle comida, se le brindó alojamiento en la pequeña habitación del fondo, donde se guardaban los aperos de labranza. Allí se le improvisó un lecho, para que pasara el resto de la noche y pudiese descansar.

El extraño personaje se mostró muy reservado y solamente habló lo necesario. Finalmente se retiraron a dormir. Mientras… la lluvia seguía y ya se escuchaba el rugir del rio cercano. Sarah como era inconforme con todo, pensaba y musitaba que al día siguiente los caminos estarían cubiertos de lodo, el patio lleno de hojas desprendidas de los árboles que la tormenta había arrancado. Mientras Juan daba gracias a Dios por la bendición que significaba la lluvia para los sembrados, la hierba para los animales, el cause del rio lleno de tan vital líquido.

Con ambos pensamientos se quedaron profundamente dormidos.

Con el canto de los gallos comenzaba los albores de un nuevo día. Entre las montañas cercanas, los arreboles cubrían el cielo y una tenue claridad se habría pasos por minutos. Sarah despertó y como todos los días se disponía a comenzar la faena, darle de comer a los animales, hacer el desayuno, barrer, limpiar y demás deberes hogareños. Juan también se levantó y cuando estuvo el café colado tocó suavemente la puerta de la habitación del huésped. Al no responder a su llamado empujó la puerta y se sorprendió al ver la cama vacía. Pensó:- Tal vez haya salido al patio, pero no lo encontró, se lo comunicó a su esposa. Esta extrañada penetró en la habitación, ni huellas del enigmático personaje. Fue que se percató que la ventana estaba semi abierta, ya que las puertas de la casa habían permanecido cerradas, una con un llavín y pestillos y la del fondo con una barra de hierro transversal, para más seguridad. ¿Qué había sucedido? Fue entonces que miró para encima de la vitrina donde siempre estaba el cochinito alcancía. Había desaparecido junto con otros adornos de cristal y porcelana de la mesa de la sala. Gritó alarmada:¡ Juan no han robado! ¡Qué desgracia! ¡Tus ahorros de tantos años! ¡Bandido! ¡Canalla! ¡Ese fue el que vino anoche y le dimos albergue. ¡Desgraciado! ¡Mal rayo lo parta!

Juan trataba de serenarla, pero ella estaba como presa de un ataque de llanto y profería improperios de todos los colores hacía el presunto ladrón. El se vistió rápidamente y se dirigió al pueblo a denunciar ante las autoridades competentes del robo que había sido víctima.

Mientras… Sarah lloraba sin consuelo y se lamentaba.- Nos ha dejado en la miseria, se tiró de rodillas al suelo, mientras gritaba:- ¡Dios castígalo! ¡Mira lo que nos ha hecho, nos ha robado lo que era nuestro! En su desesper4ación se apretaba las sienes y deseaba lo peor para el que le había quitado sus bienes. Sintió un profundo odio en su corazón. Entonces escuchó la voz de Cristo:- ¡Sarah, Sarah! Toma la Biblia, allí hay un mensaje para ti.

¡Señor! ¿Qué me quieres decir? Se levantó y tomó la Biblia entre sus manos y pensó: - Tantos años hace que está ahí en el mismo lugar y nunca me ha dado la idea de leerla, pero veré qué me quiere decir. La abrió al azar. En Éxodo 20, encontró Los Diez mandamientos y sus ojos chocaron con el versículo 17 “No codiciaras” y le habló Dios estas palabras:- Sarah ¿Cuántas veces has codiciado los bienes ajenos, la casa de tu vecino, hasta las flores de su jardín? Mucho haz deseado encontrarte una cartera llena de dinero ¿No haz pensado que eso es codicia? ¿Qué lo que tú deseabas tenía un dueño, que como tú ahora se iba a lamentar por su pérdida? ¿Qué los bienes ajenos se respetan?

-Sarah, Sarah, arrepiéntete de tus pecados, tu ambición, codicia y envidia por las propiedades de los demás y sentirás que un peso muy grande se quita de tu conciencia y aprenderás a tener conformidad y yo te daré grandes bendiciones.

Ella sintió como que algo muy pesado se le desprendía del corazón y de su conciencia, quedaba limpia, liberada, después de haberse arrepentido de sus pecados. Secó sus lágrimas y se disponía a orar para darle gracias a Dios por el consejo recibido cuando vio a Juan llegar muy contento, traía todos los objetos sustraídos, entre ellos el cochinito alcancía sin faltarle nada. Exclamó con voz que le brotó de lo profundo del alma:- ¡Bendito sea Dios! ¿Qué pasó? Su esposo le explicó lo acontecido, el ladrón fue sorprendido cuando trataba de penetrar en otra vivienda, pasaba una patrulla de la policía y fue detenido y llevado a la estación del pueblo, allí lo encontró con todo lo sustraído.

¡Gracias a Dios! Hoy he recibido una gran lección, jamás codiciaré los bienes ajenos y sé que Dios me bendecirá, pues a partir de hoy será una criatura nueva en Cristo Jesús e iré a la iglesia todos los domingos contigo.


Santiago de Cuba,
5 de septiembre de l999.

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