21 diciembre 2009

EL ORATE ELEGANTE

Estampa santiaguera

Aunque algunos no lo crean, estas estampas son extraídas de lo cotidiano del quehacer de esa bulliciosa y alegre ciudad que es Santiago de Cuba, muchas son hechos de la vida real y que ocurrieron en alguna ocasión.

Corría julio y ya se hacían los preparativos para lo que sería el carnaval, de la última decena del mes. En la calle Santa Rita esquina Carnicería, se montaba la tarima y los kioscos para esperar con júbilo el deseado festejo.

Carpinteros, electricistas, pintores y mirones sudaban copiosamente. ¡Qué calor caballeros! Alguien había puesto en la acera una grabadora con un alegre ritmo de moda y varios jóvenes que se daban cita en el referido lugar, bailaban, contoneando sus cuerpos, como preámbulo de lo que sería la próxima fiesta.

Algo inusitado sucedió que desvió la atención de todos:- ¿Qué es eso caballeros? ¡Miren! Los ojos de todos buscaban el objeto que tanto había despertado la curiosidad y ¿Por qué no decirlo? La atención de los presentes.

Del mercadito de la esquina salió todo el mundo, ni los dependientes quedaron, sin importarle hasta a los que hacían la cola para la venta de plátanos burros se perdiera.

En la panadería “La Nueva Era” de la esquina opuesta, salió Marisol de la parte adentro del mostrador, dejando atrás la cola de usuarios, para comprar el pan planificado con la libreta en la mano. Una vieja salió y al ver lo que sucedía, se tapó los ojos recatada exclamando:- ¡Ave María! ¡Virgen santísima! ¡A lo que hemos llegado! A lo que esta tan desfachatada como siempre le contestó:- ¿Ave María de qué? ¿Nunca lo haz visto? ¿O es que te quedaste patia?

Con la algarabía que se formo, el carnicero Erasmo dejó el picadillo de soya que acababa de llegar, afuera y con las puertas del refrigerador abiertas. Ofelia la chismosa del comité, que barría la acera, soltó la escoba y se sumo al numeroso grupo que desfilaba Santa Rita arriba, rumbo al Parque Céspedes.

Desde puertas, ventanas y balcones un público ávido de espectáculos, lo seguía o se asomaba riéndose burlonamente. ¡Qué barbaridad señores! ¡Nunca había visto cosa igual!

Ya la alegre comitiva doblaba la calle San Pedro y subía la empinada cuesta, atrás los chóferes de varios automóviles hacían sonar sus cornetas, el tráfico se había interrumpido. Por todas partes salía más público, algunos niños querían ver el atractivo suceso, sus madres lo mandaban a entrar. ¡Pasa, niño! ¡No mires eso!

Desde las oficinas del edificio de Educación Provincial, alguien avisó a la policía, que hacía ronda en el parque cercano lo que estaba sucediendo y sin lugar a dudas era una alteración del órden no usual.

Ya llegando a la cima, por la calle San Basilio llegaron los uniformados tufa en mano, con voz enérgica gritaban:- ¿Qué es lo que está pasando aquí! ¡Vamos! ¡Desalojen! Cuando se dieron cuenta del motivo de la multitudinaria manifestación.

Nadie conocía al personaje, que delante de ellos caminaba muy ceremonioso y a prudencial distancia, con zapatos lustrosos y medias, completamente desnudo y con una elegante corbata puesta.

Se lo llevó un carro de patrulla, por supuesto, directo al Hospital Psiquiátrico de San Luis de Jagua.

Santiago de Cuba
18 de julio de 2005

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