21 diciembre 2009

EL VELORIO DE TIMOCHENCHO

Estampa santiaguera

En los primeros años del triunfo de la Revolución, se hacían grandes concentraciones en fechas tan significativas como el 1 de enero y el 26 de julio, tanto en la ciudad de Santiago de Cuba, como en La Habana.

A una de estas concentraciones, celebrada en la Plaza de la Revolución José Martí en la capital cubana, fue Timochencho. Nunca había ido a la bella urbe, esta era una buena oportunidad. Según se decía, se le brindaba el transporte y alojamiento con comida gratis. ¿Cuándo el humilde vecino de la barriada de Los Olmos soñó con un viaje así? Esta era su oportunidad y no se la podía perder.

Antes de salir sus familiares le recomendaron no alejarse del grupo, no se fuera a extraviar entre la multitud que asistiría y después… ¿Como regresaba a su ciudad natal?

Un día después de celebrado el multitudinario acto, les llegó un aviso a la familia:- Timochencho había fallecido. No se ofrecieron más detalles, por lo que sus hermanos hicieron múltiples gestiones para que su cadáver fuese traslado, velado en su casa y enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia.

Dos días después llegó el aparente fallecido, sin saber cual había sido la causa de su repentina muerte. Toda la barriada de Los Olmos lo esperaba en lo que había sido su domicilio de la avenida de Mariana Grajales, frente al Callejón de los perros.

Se decía que supuestamente había expirado de un infarto masivo. El sarcófago venía cerrado. Al hacer su entrada en la casa los gritos de sus familiares más cercanos eran ensordecedores, los pocos blancos que asistían al velorio, criticaban a los negros de que eran muy escandalosos y por eso velaban a sus muertos en su propio domicilio y no en la funeraria, para poder gritar bastante.

Una de sus sobrinas nombrada Arlette se desmayó, una vecina compungida gritó:- ¡Apártense, déjenla respirar! ¡Que coja aire! ¡Corran, busquen alcohol o poción Jacu!

Arlette abriendo los ojos suplicó:- Ni alcohol ni poción Jacú, denme café con galletas.

Después que la gritería se calmo un poco y se repartió el café y las galletas, que el isleño de la panadería “Titán” de enfrente donó, ocurrió algo inusitado y mucho menos esperado.- La madre del occiso tirada sobre el ataúd gritaba inconsolable:-¡¡¡déjenme ver a mi hijo!!!

A tan justo reclamo, alguien no sin antes taparse la boca y la nariz con un pañuelo mojado en colonia, abrió la caja. Al ver la dolorida madre el cadáver gritó más fuerte aún:- ¡¡¡Saquéenme este negro de aquí, este no es mi hijo!!!

En efecto, el muerto se había sido cambiado, allí había un cadáver apuñaleado, negro como un totí, que no se parecía en nada Timochencho, que era un negro pardo y con buen cabello.

El escándalo fue en grande, muchas críticas por los vecinos más escépticos, que no veían con buenos ojos esas actividades y el rumbo que estaba tomando la Revolución.

Por mucho que sus familiares trataron que se investigara a fondo el caso y que apareciera el difunto, jamás se supo cual fue su última morada. Algunos opinaban que había sido enterrado en lugar del otro por equivocación, lo cierto que a este tampoco nadie lo reclamó.

Los indignados familiares de Tomás de la Caridad Dubergel Durruthy, que era como en realidad se nombraba, protestaron y hablaron hasta por los codos del triste fin y de no tener el consuelo de saber lo que le había ocurrido y a dónde fueron a parar sus restos mortales.

Todo por querer conocer La Habana.

Santiago de Cuba
Enero de 1960

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