29 diciembre 2009

LA BOFETADA MÁS GRANDE DE MI VIDA

Relato

En estos años del llamado triunfo de la Revolución, he sufrido muchos desengaños, he visto morir mi fe y esperanza en este proyecto de socializar a mi país. Nunca me gustó, desde los primeros días de la victoria sobre el ejército de Batista y su total derrocamiento, me di cuenta que no era lo que la mayoría habíamos soñado. Mis ideas estaban muy claras, para eso había leído muchos libros y revistas, que entraban al país sin ninguna restricción sobre el proceso y todo lo ocurrido en La Unión Soviética y sus países satélites y verdaderamente me horrorizaba la imagen que se ofrecía a mi vista. Crímenes, represión, miseria , muchas mentiras y el afán de expansionarse por toda la faz de tierra con falsos conceptos de libertad, prosperidad, de crear una nueva sociedad sin explotados ni explotadores, pretender inculcarnos a las buenas o las malas las doctrinas comunistas Carlos Marx y Federico Engels, el legado Vladimir Lenin y otros filósofos comunistas.

Las consignas a favor de la nueva doctrina estaban en todas partes, la televisión, los programas radiales, la prensa plana y en numerosas vallas por todas las ciudades, pueblos y carreteras.

Era como para intoxicar el cerebro, ya también se habían implantado en los centros de estudios, de trabajo y en las cuadras, a través de los Comité de Defensa de la Revolución. Era un requisito leer a diario en los centros de trabajo, por un personal dedicado a ello, que se nombraba como ideológico, los comunicados emitidos por el partido y resaltar lo que se publicaba en la prensa, ya todos los periódicos pertenecían al gobierno y eran dirigidos y supervisados por el Órgano del Partido Comunista e Cuba.

Desde 1960 quise tener un pasaporte, que me permitiera emigrar si lo consideraba necesario, ya había padecido el encarcelamiento de dos de mis seres más queridos, las humillaciones de vernos relegados ante los que habían sido nuestros compañeros de lucha, la afrenta al obligarnos a pertenecer a las creadas organizaciones de masas, como los Comité de Defensa de la Revolución y la Federación de Mujeres Cubanas, el convertirnos en trabajadores asalariados, padeciendo todo tipo de vejámenes, por los nuevos dirigentes, casi todos “ colados en el carro de la revolución”, los cuales no escatimaban esfuerzos para imponernos las más degradantes tareas, con el fin de someterrnos.

En esa época se iniciaban los llamados actos de repudio, pasaba frente a nuestra casa pequeñas turbas cantando:- ¡Gusanos, gusanos, abajo el imperialismo! ¡Qué se vayan!, ¡Qué se vaya la gusanera!

Una noche venía del cine y al frente de nuestra vivienda una de esas plebes orquestaba el acto, abrí la puerta y la lancé con tanto estrépito, que parecía una bomba. El escándalo fue en grande, se consideraban ofendidos, como un pretendido ataque,0 hasta llamaron a la policía. Mi madre conciliadora, trató de aplacar los ánimos diciéndoles que yo había tenido un problema y que no tenía relación alguna con ellos.

Lo cierto era que la cólera me dominó y no encontré otra forma de revelarme en protesta por las injurias vertidas por la chusma, que eran consentidas y amparadas por los actuales gobernantes.

Así pasaron los años, me encontraba trabajando como contador en la Empresa del Poder Local, ya había superado gracias a mis estudios, de ser dependienta de un cuchitril de panadería, de allí, mejoré de trabajo, era la oficinista y hacía funciones de administradora de la Panadería “El Sol”, después a la citada empresa, contabilizando todas las panaderías de Santiago-Cobre-Caney.

En 1969 muchos de mis compañeros de trabajo habían pedido la baja, casi todos procedíamos de los antiguos dueños de comercios “nacionalizados” a los que se nos nombraba como “Siquitrillados”.

Se abría el puente Varadero-Miami. También mucho de mis familiares, se habían acogido a la posibilidad de abandonar el país, entre ellos mis tíos y primos. A los pocos meses de arribar a Estados Unidos, nos pusieron un pasaje vía España a mi hermano Antonio y a mí. Renunciamos al trabajo, padecimos el tener que incorporarnos a los trabajos en el campo. Nos llevaban muy temprano en la mañana en camiones a las duras tareas agrícolas, hasta por la tarde, era un requisito indispensable, para otorgarnos el permiso de salida del país, en el departamento de Inmigración y Extranjería.

Cuando fuimos aprobados con la visa de la Embajada de España en La Habana, mediante un telegrama de aviso. Por problemas familiares, nos vimos precisados a renunciar a la salida en 1971.


Por lógica pensé que me sería muy difícil encontrar un nuevo empleo, “ estaba quemada” Por lo que decidí trasladarme a la ciudad de La Habana, allí nadie me conocía y todavía no existía el carné de identidad, además tratar de buscar una permuta para irnos todos a vivir a la capital.

Fue imposible, en cinco años no conseguimos nada que nos acomodara, ya mi madre con problemas de salud, a pesar que tenía un buen trabajo en la Empresa Exhibidora de Películas del (ICAIC), volví a Santiago de Cuba, con un traslado a la Dirección Provincial de Comercio de Oriente (MINCIN), como planificadora.

Allí, “Metida por el aro” fingía que me sentía bien, pero por dentro continuaba mi innata rebeldía.

Hago este recuento, para que se pueda apreciar como he pensado durante estos 50 años, intransigente ante todo lo que consideraba mal hecho y observando con tristeza como otros advenedizos ocupaban los mejores cargos y se consideraban por encima de los que habíamos luchado por esta revolución.

Un día me encontraba en la parada de frente al cine Rialto, cuando veo un militar, vestido de verde olivo con grados de capitán, que paraba frente a mí y se bajaba de un flamante motor. Muy efusivo me saludaba y me daba un beso en la mejilla, mientras expresaba:- ¡Cuánto tiempo sin verte!

Enrojecí de la vergüenza. Era Haroldo, un muchacho del barrio, que era el hijastro del cabo de la dictadura de Batista de apellido Hechavarría, el mismo que iba a la Panadería “Titán” a reírse y burlarse cada vez que aparecía un revolucionario asesinado y expresaba: ¡Jé, jé ,jé!, anoche nos echamos otro Mau Mau¡ (nombre despectivo con el que se denominaban a los revolucionarios) Por lo que es de suponer la antipatía que sentíamos al verlo y escucharlo.

Por cierto, que en los primeros días de enero de 1959 desapareció, pero… nosotros con la euforia del supuesto triunfo, la llegada de los campamentos rebeldes de las columnas , donde venían muchos de nuestros compañeros de lucha, los recibíamos con banderas cubanas y las rojas y negras del 26 de julio, volcados a las calles con mucha alegría, nos abrazábamos y besábamos.

Entre la multitud venía Haroldo con un par de banderas en ambas manos, festejando el triunfo.

Sentí una soberbia al pensar del hogar que procedía, que con rabia se las arrebaté gritándole:- ¡Tú no puedes enarbolar esas banderas! ¡Suéltalas!

Hasta este momento del año 1980, no lo había visto más. Ahora con su actitud, me había dado la bofetada más grande de mi vida.

De mis recuerdos.

Madrid.
29 de noviembre de 2009

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